Bernal Díaz del Castillo

Historia verdadera de la conquista de la Nueva España

Edición de Joaquín Ramírez Cabañas

Porrua

México 1968

versión polaca

 

p. 37

Notando [he] estado como los muy afamados coronistas antes que comiencen a escribir sus historias hacen primero su prólogo y preámbulo, con razones y retórica muy subida, para dar luz y crédito a sus razones, porque los curiosos lectores que las leyeren tomen melodía y sabor de ellas; y yo, como no soy latino, no me atrevo a hacer preámbulo ni prólogo de ello, porque ha menester para sublimar los heroicos hechos y hazañas que hicimos cuando ganamos la Nueva España y sus provincias en compañía del valeroso y esforzado capitán don Hernando Cortés, que después, el tiempo andando, por sus heroicos hechos fue marqués del Valle, y para poderlo escribir tan sublimadamente como es digno fuera menester, otra elocuencia y retórica mejor que no la mía; más lo que yo vi y me hallé en ello peleando, como buen testigo de vista yo lo escribiré, con la ayuda de Dios, muy llanamente, sin torcer a una parte ni a otra, y porque soy viejo de más de ochenta y cuatro años y he perdido la vista y el oír, y por mi ventura no tengo otra riqueza que dejar a mis hijos y descendientes, salvo esta mi verdadera y notable relación, como adelante en ella verán, no tocaré por ahora en más de decir y dar razón de mi patria y de dónde soy natural, y en qué año salí de Castilla, y en compañía de qué capitanes anduve militando, y dónde ahora tengo mi asiento y vivienda.

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pp. 40-41

Y si hubiese de decir y traer a la memoria, parte por parte, los heroicos hechos que en las conquistas hicimos cada uno de los valerosos capitanes y fuertes soldados que desde el principio en ellas nos hallamos, fuera menester hacer un gran libro para declararlo como conviene, y un muy afamado cronista que tuviera otra más clara elocuencia y retórica en el decir, que estas mis pa-labras tan mal propuestas para poderlo intimar tan altamente como merece, segúri adelante verán en lo que está escrito; mas en lo que yo me hallé y vi y entendí y se me acordare, puesto que no vaya con aquel ornato tan encumbrado y estilo delicado que se requiere, yo lo escribiré con ayuda de Dios con recta verdad, allegándome al parecer de los sabios varones, que dicen que la buena retórica y pulidez en lo que escribieren es decir verdad, y no sublimar y [-40;41-] decir lisonjas a unos capitanes y abajar a otros, en especial en una relación como esta que siempre ha de haber memoria de ella. Y porque yo no soy latino, ni sé del arte de marear ni de sus grados y alturas, no trataré de ello.

 

 

p. 56

Y en la Habana se murieron tres soldados de las heridas, y nuestros navios fueron al puerto de Santiago, donde estaba el gobernador, y después que hubieron desembarcado los dos indios que hubimos en la Punta de Cotoche, que se decían Melchorejo y Julianillo, y sacaron el arquilla con las diademas y anadejos y pescadillos y otras pecezuelas de oro, y también muchos ídolos, sublimábanlo de arte, que en todas las islas, así de Santo Domingo y en Jamaica y aun en Castilla hubo gran fama de ello, y decían, que otras tierras en el mundo no se habían descubierto mejores. Y como vieron los ídolos de barro y de tantas maneras de figuras, decían que eran de los gentiles. Otros decían que eran de los judíos que desterró Tito y Vespasiano de Jerusalén, y que los echó por la mar adelante en ciertos navios que habían aportado en aquella tierra.

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p. 79

CAPITULO XVIII

DE LOS BORRONES Y COSAS QUE ESCRIBEN LOS CORONISTAS GOMARA E ILLESCAS ACERCA DE LAS COSAS DE LA NUEVA ESPAÑA

Estando escribiendo en esta mi corónica [por] acaso vi lo que escriben Gomara e Illescas y Jovio en las conquistas de México y Nueva España, y desde que las leí y entendí y vi de su policía y estas mis palabras tan groseras y sin primor, dejé de escribir en ella, y estando presentes tan buenas historias; y con este pensamiento torné a leer y a mirar muy bien las pláticas y razones que dicen en sus historias, y desde el principio y medio ni cabo no hablan lo que pasó en la Nueva España, y desde que entraron a decir de las grandes ciudades tantos números que dicen había de vecinos en ellas, que tanto se les da poner ochenta mil como ocho mil; pues de aquellas matanzas que dicen que hacíamos, siendo nosotros cuatrocientos y cincuenta soldados los que andábamos en la guerra, harto teníamos que defendernos no nos matasen y nos llevasen de vencida, que aunque estuvieran los indios atados, no hiciéramos tantas muertes, en especial que tenían sus armas de algodón, que les cubrían el cuerpo, y arcos, saetas, rodelas, lanzas grandes, espadas de navajas como de a dos manos, que cortan más que nuestras espadas, y muy denodados guerreros. Escriben los coronistas por mí memorados que hacíamos tantas muertes y crueldades que Atalarico, muy bravísimo rey, y Atila, muy soberbio guerrero, según dicen y se cuentan de sus historias, en los campos calalanes no hicieron tantas muertes de hombres.

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p. 83

Y verdaderamente fue elegido Hernando Cortés para ensalzar nuestra santa fe y servir a Su Majestad, como adelante diré. Antes que más pase adelante quiero decir cómo el valeroso y esforzado Hernando Cortés era hijodalgo conocido por cuatro abolengos: el primero, de los Corteses, que así se llamaba su padre Martín Cortés; el segundo, por los Pizarros; el tercero, por los Monroys; el cuarto, por los Altamiranos. Y puesto que fue tan valeroso y esforzado y venturoso capitán, no le nombraré de aquí delante ninguno de estos sobrenombres de valeroso, ni esforzado, ni marqués del Valle, sino solamente Hernando Cortés; porque tan tenido y acatado fue en tanta estima el nombre de solamente Cortés, así en todas las Indias como en España, como fue nombrado el nombre de Alejajadro en Macedonia, y entre los romanos Julio César y Pompeyo y Escipión, y entre los cartagineses Aníbal y en nuestra Castilla a Gonzalo Hernández, el Gran Capitán, y el mismo valeroso Cortés se holgaba que no le pusiesen aquellos sublimados dictados, sino solamente su nombre, y así lo nombraré de aquí adelante.

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p. 139

Dirán ahora que cómo no nombro en esta relación al capitán Gonzalo de Sandoval, siendo un capitán tan nombrado, que después de Cortés fue la segunda persona y de quien tanta noticia tuvo el emperador nuestro señor. A esto digo que como era mancebo entonces no se tuvo tanta cuenta con él y con otros valerosos capitanes, hasta que le vimos florecer en tanta manera, que Cortés y todos los soldados le teníamos en tanta estima como al mismo Cortés, como adelante diré. Y quedarse ha aquí esta relación, y diré cómo el coronista Gomara dice que por relación sabe lo que escribe, y esto que aquí digo pasó así, y todo lo demás que escribe no le dieron buena cuenta de lo que dice. Y otra cosa veo: que para que parezca ser verdad lo que en ello escribe, todo lo que en el caso pone es muy al revés, por más buena retórica que en el escribir ponga.

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p. 141

CAPITULO XLIV

CÓMO FUE ACORDADO DE ENVIAR A PEDRO DE ALVARADO LA TIERRA ADENTRO, A BUSCAR MAÍZ Y BASTIMENTO, Y LO QUE MÁS PASÓ

Ya que habíamos hecho y ordenado lo por mí aquí dicho, acordamos que fuese Pedro de Alvarado la tierra adentro, a unos pueblos que teníamos noticia que estaban cerca, para que viese qué tierra era, y para traer maíz y algún bastimento, porque en el real pasábamos mucha necesidad; y llevó cien soldados, y entre ellos quince ballesteros y seis escopeteros, y eran de estos soldados más de la mitad de la parcialidad de Diego Velázquez, y quedamos con Cortés todos los de su bando, por temor no hubiese más ruido ni chirinola y se levantasen contra él, hasta asegurar más la cosa. Y de esta manera fue Alvarado a unos pueblos chicos, sujetos de otro pueblo que se decía Cotastan, que eran de lengua de Culúa, y este nombre de Culúa es en aquella tierra como si dijesen los romanos o sus aliados; así es toda la lengua de la parcialidad de México y de Montezuma, y a este fin en toda esta tierra, cuando dijese Culúa, son vasallos y sujetos a México, y así se han de entender.

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pp. 174-175

CAPITULO LVII

CÓMO DÉSPUÉS QUE PARTIERON NUESTROS EMBAJADORES PARA SU MAJESTAD CON TODO EL ORO Y CARTAS Y RELACIÓNES, LO QUE EN EL REAL SE HIZO Y LA JUSTICIA QUE CORTÉS MANDÓ HACER

Y como lo supo, y de qué manera y cuántos y por qué causa se querían ir, y quién fueron en los consejos y tramas para ello, les mandó luego sacar las velas y aguja y timón del navio, y los mandó echar presos, y les tomó sus confesiones; y confesaron la verdad y condenaron a otros que estaban con nosotros que se disimuló por el tiempo, que no permitía otra cosa, y por sentencia que dio mandó ahorcar a Pedro Escudero y a Juan Cermeño, y cortar los pies [-174;175-] al piloto Gonzalo de Umbría, y azotar a los marineros Penates, a cada doscientos azotes, y al padre Juan Díaz si no fuera de misa también le castigaran, mas metióle harto temor. Acuerdóme que cuando Cortés firmó aquella sentencia dijo con grandes suspiros y sentimientos: "¡Oh, quién no supiera escribir, por no firmar muertes de hombres!" Y paréceme que este dicho es muy común entre jueces que sentencian algunas personas a muerte, que tomaron de aquel cruel Nerón, el tiempo que dio muestras de buen emperador.

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p. 177

CAPITULO LIX

DE UN RAZONAMIENTO QUE CORTES NOS HIZO DESPUÉS DE HABER DADO CON LOS NAVIOS DE TRAVÉS Y [CÓMO] APRESTÁBAMOS NUESTRA IDA PARA MÉXICO

Después de haber dado con los navios al través a ojos vistas, y no como lo dice el coronista Gomara, una mañana, después de haber oído misa, estando que estábamos todos los capitanes y soldados juntos hablando con Cortes en cosas de lo militar, dijo que nos pedía por merced que le oyésemos, y propuso un razonamiento de esta manera: Que ya habíamos entendido la jornada que íbamos y que, mediante Nuestro Señor Jesucristo, habíamos de vencer todos las batallas y reencuentros; y que habíamos de estar tan prestos para ello como convenía, porque en cualquier parte donde fuésemos desbaratados, lo cual Dios no permitiese, no podríamos alzar cabeza, por ser muy pocos, y que no teníamos otro socorro ni ayuda sino el de Dios, porque ya no teníamos navios para ir a Cuba, salvo nuestro buen pelear y corazones fuertes; y sobre ello dijo otras muchas comparaciones y hechos heroicos de los romanos. Y todos a una le respondimos que haríamos lo que ordenase, que echada estaba la suerte de la buena ventura, como dijo Julio César sobre el Rubicón, pues eran todos nuestros servicios para servir a Dios y a Su Majestad.

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pp. 204-206

CAPITULO LXIX

CÓMO DESPUÉS QUE VOLVIMOS CON CORTÉS DE ZUMPANCINGO CON BASTIMENTOS, HALLAMOS EN NUESTRO REAL CIERTAS PLÁTICAS, Y LO QUE CORTÉS RESPONDIÓ A ELLAS

Y más le dijeron: que mirase en todas las historias, así de romanos como las de Alejandro ni de otros capitanes de los muy nombrados que en el mundo ha habido, no se atrevió a dar con los navios al travos, y con tan poca gente meterse en tan grandes poblazones y de muchos guerreros, como él ha hecho, y que parece que es homicidio de su muerte y de todos nosotros, y que quiera conservar su vida y las nuestras; y que luego nos volviésemos a la Villa Rica, pues estaba de paz la tierra.

(…) Y más dijo [Cortés]. “Pues en todos estos peligros no me conoceríais tener perza, que en ellos me hallaba con vosotros”. Y tuvo razón de decirlo, porque ciertamente en todas las batallas se hallaba de los primeros. (…) “Y a lo que, señores, decís que jamás capitán romano de los muy nombrados han acometido tan granaes hechos como nosotros, dicen verdad, y ahora y adelante, mediante Dios, dirán en las historias que de esto harán memoria mucho más que de los antepasados; pues, como he dicho, todas nuestras cosas son en servicio de Dios y de nuestro gran emperador don Carlos.”

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p. 227

Y como nuestro capitán y todos nosotros estábamos ya informados de antes de todo lo que decían aquellos caciques, estorbó la plática y metióles en otra más honda, y fue que cómo habían ellos venido a poblar aquella tierra, y de qué parte vinieron, que tan diferentes y enemigos eran de los mexicanos, siendo unas tierras tan cerca de otras. Y dijeron que les habían dicho sus antecesores que en los tiempos pasados que había allí entre ellos poblados hombres y mujeres muy altos de cuerpo y de grandes huesos, que porque eran muy malos y de malas maneras que los mataron peleando con ellos, y otros que de ellos quedaban se murieron. Y para que viésemos qué tamaños y altos cuerpos tenían trajeron un hueso o zancarrón de uno de ellos, y era muy grueso, el altor tamaño como un nombre de razonable estatura, y aquel zancarrón era desde la rodilla hasta la cadera. Yo me medí con él y tenía tan gran altor como yo, puesto que soy de razonable cuerpo. Y trajeron otros pedazos de huesos como el primero, mas estaban ya comidos y deshechos de la tierra; y todos nos espantamos de ver aquellos zancarrones, y tuvimos por cierto haber habido gigantes en esta tierra.

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p. 275

Pasemos adelante y digamos de los grandes oficiales que tenía de cada oficio que entre ellos se usaban. Comencemos por lapidarios y plateros de oro y plata y todo vaciadizo, que en nuestra España los grandes plateros tienen que mirar en ello, y de éstos tenía tantos y tan primos en un pueblo que se dice Escapuzalco una legua de México. Pues labrar piedras finas y chalchiuis, que son como esmeraldas, otros muchos grandes maestros. Vamos adelante a los grandes oficiales de labrar y asentar de pluma, y pintores y entalladores muy sublimados, que por lo que ahora hemos visto la obra que hacen, tendremos consideración en lo que entonces labraban; que tres indios hay ahora en la ciudad de México tan primísimos en su oficio de entalladores y pintores, que se dicen Marcos de Aquino y Juan de la Cruz y el Crespillo, que si fueran en el tiempo de aquel antiguo o afamado Apeles, o de Micael Ángel, o Berruguete, que son de nuestros tiempos, también les pusieran en el número de ellos.

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p. 291

Y de esta manera pasó lo que decimos de Almería, y no como lo cuenta el coronista Gomara, que dice en su historia que iba Pedro de Ircio a poblar a Panuco con ciertos soldados. No sé en qué entendimiento de un tan retórico coronista cabía que había de escribir tal cosa que, aunque con todos los soldados que estábamos con Cortés en México no llegamos a cuatrocientos, y los más heridos de las batallas de Tlaxcala y Tabasco, que aun para bien velar no teníamos recaudo, cuando más enviar a poblar a Panuco. Y dice que iba por capitán Pedro de Ircio, y aun en aquel tiempo no era capitán ni aun cuadrillero, ni le daban cargo, ni se hacía cuenta de él, y se quedó con nosotros en México. También dice el mismo coronista 'otras muchas cosas sobre la prisión de Montezu-ma. Yo no le entiendo su escribir, y había de mirar que cuando lo escribía en su historia que había de haber vivos conquistadores de los de aquel tiempo que le dirían cuando lo leyesen: "Esto no pasa así. En esto otro, dice lo que quiere."

 

 

p. 297

Muchas veces, ahora que soy viejo, me paro a considerar las cosas heroicas que en aquel tiempo pasamos, que me parece las veo presentes, y digo que nuestros hechos que no los hacíamos nosotros, sino que venían todos encaminados por Dios; porque, ¿qué hombres [ha] habido en el mundo que osasen entrar cuatrocientos soldados (y aun no llegábamos a ellos), en una fuerte ciudad como es México, que es mayor que Venecia, estando apartados de nuestra Castilla sobre más de mil quinientas leguas, y prender a un tan gran señor y hacer justicia de sus capitanes delante de él? Porque hay mucho que ponderar en ello, y no así secamente como yo lo digo.

 

 

pp. 373-374

Dejemos esto y digamos cómo Narváez había enviado cuarenta de a caballo para que nos estuviesen aguardando en el paso cuando viniésemos a su real, como dicho tengo en el capítulo que de ello habla, y supimos que andaban todavía en el campo, tuvimos temor no nos viniesen [a] acometer para quitarnos a sus capitanes y al mismo Narváez que teníamos presos, y estábamos muy apercibidos. Y acordó Cortés de enviarles a pedir por merced que se viniesen al real, con grandes ofrecimientos que a todos prometió, y para traerlos envió a Cristóbal de Olid, que era nuestro maestre de campo, y a Diego de Ordaz, y fueron en unos caballos que tomaron de los de Narváez, que todos los nuestros de caballo no trajeron ninguno, que atados quedaron en un montecillo junto a Cempoal, que no trajimos caballos sino picas y espadas y rodelas y puñales; y fueron al campo con un soldado de los de Narváez, que les mostró el rastro por donde habían ido, y se toparon con ellos, y en fin, tantas palabras de ofertas y prometimientos les dijeron por parte de Cortés, que los trajeron. Y ciertos caballeros de ellos le tenían voluntad, y antes que llegasen a nuestro real, que era de día claro, y sin decir cosa ninguna Cortés ni ninguno de nosotros a los atabaleros que Narváez traía, comenzaron a tocar los atabales y a tañer sus pífanos y tamborinos, y decían: "¡Viva, viva la gala de los romanos, que, siendo tan pocos, han vencido a Narvaez y a sus soldados!" Y un negro que se decía Guidela, que fue muy gracioso [-373;374-] truhán, que traía. Narváez, daba voces y decía "Mira que los romanos no han hecho tal hazaña." Y por más que les decíamos que callasen y no tocasen sus atabales, no querían, hasta que Cortés mandó qué prendiesen al atabalero, que era medio loco y se decía Tapia.

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pp. 377-378

Y como Alonso de Avila era capitán y persona que osaba decir a Cortés cosas que convenía, y juntamente con él el Padre de la Merced, hablaron aparte a Cortés y le dijeron que parecía que quería remedar a Alejandro Macedonio, que después que con sus soldados había hecho alguna gran hazaña, que más procuraba de honrar y hacer mercedes a los que vencía que no a sus capitanes y soldados, que eran los que lo vencían; y esto que lo decían [-377;378-] porque lo que veían en aquellos días que allí estábamos, después de preso Narváez, que todas las joyas de oro que le presentaban los indios a Cortés, y bastimentos daba a los capitanes de Narváez, y que como si no nos conociera así nos olvidaba, y que no era bien hecho, sino muy gran ingratitud, habiéndole puesto en el estado en que estaba.

 

 

p. 379

Y dejemos de platicar en ello, y después diremos lo que sucedió a Alcántara y al oro, y digamos cómo la adversa fortuna vuelve de presto a su rueda, que a grandes bonanzas y placeres, da tristeza, y es que en este instante vienen nuevas que México está alzado y que Pedro de Alvarado está cercado en su fortaleza y aposento, y que le ponían fuego por dos partes en la misma fortaleza, y que le han muerto siete soldados, y que estaban otros muchos heridos, y enviaba a demandar socorro con mucha instancia y prisa. Y esta nueva trajeron dos tlaxcaltecas, sin carta ninguna, y luego vino una carta con otros tlaxcaltecas que envió Pedro de Alvarado, en que decía lo mismo.

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p. 386

Pues desde que amaneció acordó nuestro capitán que con todos los nuestros y los de Narváez saliésemos a pelear con ellos, y que llevásemos tiros y escopetas y ballestas, y procurásemos de vencerlos, al de menos que sintiesen más nuestras fuerzas y esfuerzo mejor que el del día pasado. Y digo que si nosotros teníamos hecho aquel concierto, que los mexicanos tenían concertado lo mismo, y peleábamos muy bien; mas ellos estaban tan fuertes y tenían tantos escuadrones, que se remudaban de rato en rato, que aunque estuvieran allí diez mil Héctores troyanos y tantos Roldanes, no les pudieran entrar; porque saberlo ahora yo aquí decir cómo pasó, y vimos el tesón en el pelear, digo que no lo sé escribir; porque ni aprovechaban tiros, ni escopetas, ni ballestas, ni apechugar con ellos, ni matarles treinta ni cuarenta de cada vez que arremetíamos, que tan enteros y con más vigor peleaban que al principio; y si algunas veces les íbamos ganando alguna poca de tierra, o parte dé calle, hacían que se retraían, era para que les siguiésemos por apartarnos de nuestra fuerza y aposento, para dar más a su salvo en nosotros, creyendo que no volveríamos con las vidas a los aposentos, porque al retraer nos hacían mucho mal.

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p. 389

Pues aún no digo lo que hicieron los escuadrones mexicanos que estaban dando guerra en los aposentos en tanto que andábamos en este gran cu, y tiénenlo por cosa muy heroica, que aunque esta batalla prendimos dos papas principales, que Cortés nos mandó que los llevasen a buen recaudo. Muchas veces he visto pintada entre los mexicanos y tlaxcaltecas esta batalla y subida que hicimos en este gran cu, y tiénenlo por cosa muy heroica, que aunque nos pintan a todos nosotros muy heridos, corriendo sangre y muchos muertos en retratos que tienen de ello hecho, en mucho lo tienen esto de poner fuego al cu y estar tanto guerrero guardándolo, y en los pretiles y concavidades, y otros muchos indios abajo en el suelo y patios llenos, y en los lados, y otros muchos, y deshechas nuestras torres, cómo fue posible subirle.

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p. 409-411

Y dejémoslo de repetir y digamos de lo que dice el coronista Gomara, que estoy muy harto de declarar sus borrones que dice que le informaron, las cuales no son así como él lo escribe, y por no me detener en todos los capítulos a tomarles a recitar y traer a la memoria cómo y de qué manera pasó, lo he dejado de escribir, y ahora pareciéndome que en esto de este requerimiento que escribe que hicieron a Cortés no dice quiénes fueron los que lo hicieron, si eran de los nuestros o de los de Narváez, y en esto que escribe es por sublimar a Cortés y abatir a nosotros los que con él pasamos, y sepan que hemos tenido por cierto los conquistadores verdaderos que esto vemos escrito, que le debieran de dar oro a Gomara y otras dádivas porque lo escribiese de esta manera, porque en todas las batallas o reencuentros éramos los que sosteníamos a Cortés, y ahora nos aniquila en lo que dice este coronista. También dice que decía Cortés en las respuestas del mismo requerimiento que para esforzarnos y animarnos, que enviaría a llamar a Juan Velázquez de León y a Diego de Ordaz, que el uno de ellos dijo estaba poblando en Panuco con trescientos soldados, y el otro en lo de Guazaqualco con otros tantos soldados, y no es así en todo lo que dice, porque luego que fuimos sobre México al socorro de Pedro de Alvarado cesaron los conciertos que estaban hechos que Juan Velázquez de León había de ir a lo de Panuco y Diego de Ordaz a lo de Guazaqualco, según más largamente lo tengo escrito en el capítulo pasado que sobre ello tengo hecho relación, porque estos dos capitanes fueron a México con nosotros al socorro de Pedro de Alvarado, y en aquella derrota Juan Velázquez de León quedó muerto en las puentes y Diego de Ordaz salió muy mal herido de tres heridas que le dieron en México, según ya lo tengo escrito cómo y cuándo y de qué arte pasó. Por manera que el coronista Gomara, si como tiene buena retórica en lo que escribe, acertara a decir lo que pasó muy bien fuera.

También [he] estado mirando cuando dice en lo de la batalla [-409;410-] de Otumba, que dice que si no fuera por la persona de Cortés, que todos fuéramos vencidos, y que él solo fue el que la venció en el dar como dio el encuentro al que traía el estandarte y seña de Mexico. Ya he dicho, y lo torno ahora a decir, que a Cortés toda la honra se le debe, como esforzado capitán; mas sobre todo hemos de dar gracias a Dios, que fue servido poner su divina misericordia con que siempre nos ayudaba y sustentaba, y Cortés en tener tan esforzados y valerosos capitanes y esforzados soldados como tenía, y nosotros le dábamos esfuerzo y rompíamos los escuadrones y le sustentábamos para que con nuestra ayuda y de nuestros capitanes guerrease de la manera que guerreamos, como en los capítulos pasados sobre ello dicho tengo; porque siempre andaban juntos con Cortés todos los capitanes por mí nombrados, y aun ahora los torno a nombrar, que fueron Cristóbal de Olid, Gonzalo de Sandoval, Francisco de Moría, Luis Marín, Francisco de Lugo y Gonzalo Domínguez, y otros muy buenos y valientes soldados que no alcanzábamos caballos, porque en aquel tiempo diez y seis caballos y yeguas fueron, los que pasaron desde la isla de Cuba con Cortés, y no los había, y aunque costaran mil pesos; y como Gomara dice en su historia que sólo la persona de Cortés fue el que venció la de Otumba, ¿por qué no declaró los heroicos hechos que estos nuestros capitanes y valerosos soldados hicimos en esta batalla? Así que por estas causas tenemos por cierto que por ensalzar a sólo Cortés le debieran de untar las manos, porque de nosotros no hace mención. Si no, pregúntenselo [a] aquel muy esforzado soldado que se decía Cristóbal de Olea cuántas veces se halló en ayudar a salvar la vida a Cortés, hasta qué en las puentes, cuando volvimos sobre México, perdió la vida él y otros muchos soldados por salvarle. Olvidado se me había de otra vez que le salvó en lo de Suchimilco, que quedó mal herido; y que para que bien se entienda esto que digo, uno fue Cristóbal de Olea y otro Cristóbal de Olid.

También lo que dice el coronista del encuentro con el caballo qué dio al capitán mexicano y le hizo abatir la bandera, así es verdad, mas ya he dicho otra vez que un Juan de Salamanca, natural de la Villa de Ontiveros, y que después de ganado México fue alcalde mayor de Guazaqualco, es el que le dio una lanzada y le mató y quitó el rico penacho y estandarte que llevaba, y se lo dio a Cortés, y [a] él se lo dio Su Majestad, el tiempo andando, por armas, a Salamanca. Y esto he traído aquí a la memoria, no por dejar de ensalzar y tenerle mucha estima a nuestro capitán Hernando [-410:411-] Cortés, y débesele todo honor y prez y honra de todas las batallas y vencimientos hasta que ganamos esta Nueva España, como se suele dar en Castilla a los muy nombrados capitanes, y como los romanos daban triunfos a Pompeyo y a Julio César y a los Escipiones, más digno es de loor nuestro Cortés que no los romanos.

También dice el mismo Gomara que Cortés mandó matar secretamente a Xicotenga el Mozo, en Tlaxcala, por las traiciones que andaba concertando para matarnos como atrás he dicho. No pasó así como dice; que donde le mandó ahorcar fue en un pueblo junto a Tezcuco, como adelante diré, y también dice este coronista que iban tantos mil millares de indios con nosotros a las entradas, que no tiene cuenta ni razón en tantos como pone, y también dice de las ciudades y pueblos y poblazones que eran tantos millares de casas no siendo la quinta parte, que si se suma todo lo que pone en su historia son más millones de hombres que en todo el Universo están poblados, y eso se le da poner ocho mil que ochenta mil, y en esto se jactancia, creyendo que va muy apacible su historia a los oyentes, no diciendo lo que pasa. Miren los curiosos lectores cuánto va de la verdad a la mentira, a esta mi relación en decir letra por letra lo acaecido, y no miren la retórica y ornato, que ya cosa vista es que es más apacible que no esta tan grosera, mas resiste la verdad a mi mala plática y pulidez de retórica con que ha escrito.

 

 

pp. 490-491

Dejemos de otras muchas pláticas que allí pasaron, y cómo consolaba el fraile a Cortés por la pérdida de sus mozos de espuelas, que estaba muy triste por ellos, y digamos corno Cortés y todos nosotros estábamos mirando desde Tacuba el gran cu de Uichilobos y el Tatelulco y los aposentos donde solíamos estar, y mirábamos toda la ciudad y las puentes y calzadas por donde salimos huyendo; y en este instante suspiró Cortés con una muy gran tristeza, muy mayor que la que antes traía, por los hombres que le mataron antes que en el alto cu subiese, y desde entonces dijeron un cantar o romance:

En Tacuba está Cortés

con su escuadrón esforzado,

triste estaba y muy penoso,

triste y con gran cuidado,

una mano en la mejilla

y la otra en el costado, etc.

Acuerdóme que entonces le dijo un soldado que se decía el bachiller Alonso Pérez, que después de ganada la Nueva España fue fiscal y vecino en México: "Señor capitán: no esté vuesa merced tan triste, que en las guerras estas cosas suelen acaecer, y no se dirá por vuesa merced:

Mira Nerón de Tarpeya

a Roma cómo se ardía..."

Y Cortés le dijo que ya veía cuántas veces había enviado a México a rogarles con la paz; y que la tristeza no la tenía por sola una cosa, sino en pensar en los grandes trabajos en que nos habíamos de ver hasta tornarla a señorear, y que con la ayuda de Dios que presto lo pondríamos por la obra.

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